“Información fiable”, por Diego Carcedo
Por Diego Carcedo, académico y presidente de la Asociación de Periodistas Europeos.
“Aunque existe la creencia de que las imágenes no mienten, la realidad es que con las imágenes también se puede mentir y desfigurar la importancia y el sentido de los hechos. Salvo en los programas especiales, la televisión no puede profundizar en las noticias pero si debe extremar su autenticidad en todas las que difunde”.
Los tiempos en que los periodistas nos matábamos por conseguir un scoop, por ser los primeros en dar una noticia que unos segundos después ya dejaría de serlo, se están quedando obsoletos. Buscar la primicia informativa es importante pero nunca tanto como ofrecerla con todas las garantías de veracidad que requiere La profusión de noticias y sobre todo de pseudo noticias y rumores que circulan a diario por las redes sociales puede resultar interesante en algunos casos, pero bastante nefasta en su mayor parte.
Las noticias lanzadas a la opinión pública no deben ser improvisadas, menos aún inventadas, y nunca ofrecer dudas por falta de pruebas. La Televisión es el medio informativo que cuenta con mayor número de seguidores lo cual le supone una mayor responsabilidad en lo que cuenta y en lo que muestra. Aunque existe la creencia de que las imágenes no mienten, la realidad es que con las imágenes también se puede mentir y desfigurar la importancia y el sentido de los hechos. Salvo en los programas especiales, la televisión no puede profundizar en las noticias, pero si debe extremar su autenticidad en todas las que difunde.
Ofrecer noticias falsas, cosa que por fortuna prácticamente no se da, o distorsionadas, algo que sin embargo sí ocurre alguna vez que otra, es un fraude al espectador que confía poco menos que a ciegas en que lo que le contamos es cierto. A veces son las prisas, el afán por anticipar hechos contra el reloj que marca las horas del comienzo del programa, lo que induce a errores cuando no los nervios ante la instantaneidad del enlace. Pero las prisas no pueden justificarlo. Las noticias hay que comprobarlas, en cuantas más fuentes mejor, y ponerlas en su contexto para que reflejen su dimensión. En algunas transmisiones en directo, siempre muy difíciles y delicadas, es muy fácil incurrir en fallos ofreciendo sobre la marcha versiones particulares que si no se equilibran o contextualizan se convierten en verdaderos bulos capaces de extenderse y convertidos en falsedades poco menos que indesmentibles. Ocurrió recientemente cuando los independentistas catalanes se lanzaron a dar cifras de heridos a conveniencia de sus intereses propagandísticos y tanto televisiones como radios los fueron recogiendo, en una escalada que causó verdadera e injustificada alarma que, para colmo de males sirvió luego a otros medios para magnificar lo ocurrido.
Fueron datos con fuentes oficiales incluso, pero fuentes interesadas cuyas informaciones por eso mismo deberían haber sido comprobadas y diseccionados más a fondo. Considerar heridos a simples desmayos por el calor y la sed o poner como ejemplo de la gravedad de algunas agresiones el infarto sufrido por un anciano –algo que ocurre todos los días en todas partes–, es un mal ejemplo informativo. Como lo es acompañar noticias de esta naturaleza de imágenes de sangre, siempre tan escandalosa y dramática, sin comprobar que su origen es una agresión y no un simple rasguño, o incluso de un primer plano estremecedor sí, pero rescatado de otro incidente pasado.
Los errores tanto si se producen por exceso de confianza o por negligencia, son fatales para el principal valor que los informativos audiovisuales atesoran: su credibilidad a la que hay que vincular con su contribución a una sociedad que para ser libre y democrática necesita estar bien informada. Perder la credibilidad es un desastre que es bastante fácil que se produzca. Basta con que entre cien noticias rigurosas, serias, bien trabajadas se cuele una con sus elementos falsos y desmentibles para que el valor del conjunto se desvirtúe.